La Universalidad de la Latinoamericanidad: Fecundación y Síntesis, no imitación.

Prof. Lourdes Manrique
Prof. Yajaira Álvarez
La persona de la latinoamericanidad no es una elucubración fantaseosa como la que produjera Cristobal Colón aludiendo a sirenas y otras zoologías fantásticas a propósito del continente nuevo, o esa otra del mismo genovés, cuando vió en las bocas del Orinoco el Paraíso Terrenal. La persona de la latinoamericanidad, geohistóricamente reconocida desde la Patagonia hasta el río Bravo, es una realidad concreta, con una concreta historia de dominación colonial y neocolonial, a la cual ha respondido culturalmente con resistencia, oponiéndose a ser como los otros porque está decidida a ser -recordando a Edmundo O’Gorman, citado por Leopoldo Zea- “sí mismo”. Este “sí mismo” se ha desarrollado muy a pesar del positivismo, en el que el indio, el africano, el mestizo, fueron tildados de bárbaros, y muy a pesar del afán “civilizador”, cuya versión se expresa en el pensamiento del peruano Manuel González Prada quien, a propósito del término barbarie, describió: “…hombre sin pellejo blanco” .Extrañas teorizaciones sociales, en fin, fueron aquellas de los “civilizadores”, teñidas de ideologías, como valdría calificarlas por no provenir de lo más profundo del alma latinoamericana, sino de “las entrañas del monstruo” para intentar aniquilar el ser de nuestros ancestros y enmascararnos, como diría José Marti “…con los calzones de Inglaterra, el chaleco parisiense, el chaquetón de Norteamérica y la montera de España” . Una variante a recordar en este momento, del cipayismo cultural que abundó tanto en el siglo diecinueve, vendría a serlo el paradójico antiimperialismo del ensayista mexicano Justo Sierra, quien, como reseña Leopoldo Zea, aspiraba “…hacer de los hombres de estas tierras los yanquis del sur, para detener el gigante del norte”. Citemos también, dentro de esta breve caracterización, una frase de Eduardo Galeano muy definitoria del cipayismo cultural: “El más feroz rascismo de la historia latinoamericana se encuentra en la palabra de los intelectuales más célebres y celebrados de fines del siglo diecinueve y en las actuaciones de los políticos liberales que fundaron los estados” .
Pero en ese ya pasadísimo siglo, como en botica, existió variedad. Variedad que estuvo expresada en una generación de filosófos latinoamericanos, (José Vasconcelos, José Enrique Rodó, Leopoldo Zea) entre otros, de gran valía intelectual, cuyo pensamiento aunque nacido durante la moda positivista en el análisis de la historia, no escatima profundizarla para criticarla. De ahí su crítica a ese feroz racismo engendro del positivismo. José Vasconcelos para hablar de la Raza Latina, la comprenderá con ojos muy diferentes a los de la explicación del racismo del invasor, la verá sin la atávica sumisión de éste a la experiencia empírica, que utilizó para deslatinizarla. La apuesta latinoamericanista de Vasconcelos la describe Zea así: “Raza tiene aquí el sentido de una cualidad contraria a todo racismo: la cualidad de la asimilación, de la asunción de toda raza o cultura. Tiene más un sentido cultural que racial”.
Ni se hace necesaria la sajonización de Latinoamérica
“La historia vuelve a repetirse”, dice el bolero. Y vuelve a repetirse en señoritos neoliberales, postuladores -entusiastas- de una visión antilatinoamericanista, de poca fe, genuflexa y ciega. Es cosa perfectamente cónsona con la ideología “del mercado”. Nos vemos obligados a retomar a Vasconcelos cuando desenmascarando a los señoritos del pasado, acota : “Reconozcamos que fue una desgracia no haber procedido con la cohesión que demostraron los del norte; la raza prodigiosa, a la que solemos llenar de improperios sólo porque nos ha ganado cada partida de la lucha secular. Ella triunfa porque aúna sus capacidades prácticas con la visión clara de un gran destino. Han sido los más fuertes, han sido los más capaces en muchos aspectos, pero la partida no está aún decidida a favor de los sajones ni se hace necesaria la sajonización de Latinoamérica. Los pueblos latinoamericanos tienen también sus cualidades y es sobre ellas que ha de descansar el futuro de sus pueblos sin han de sobrevivir en la pugna que se ha abierto para someterlos definitivamente”.Una de esas cualidades nombradas por el autor es la cultura latinoamericana y caribeña. Fenómeno en el cual valdría decir que no se ha podido tapar el sol con un dedo. Por más que se ha querido borrar del marco latinoamericano la realidad cultural propia, ésta siempre ha estado allí con sus particularidades y valga decir asimismo con nuestras diferencias, las cuales han sido incorporadas, dentro de la misma dialéctica societal, al acervo cultural, a causa de la orgánica y dinámica hibridez de lo procesos culturales. Sí, muy a pesar del ferrocarril, muy a pesar de las lecturas de Chateaubriand, Musset, (sin negar por no ser puristas, la importancia de un intercambio cultural sin atávicas imposiciones) y también muy a pesar de lo que vendría después con las dictaduras y con las democracias liberales burguesas, y con los modelos economicistas desarrollistas; muy a pesar de todo eso existimos espiritualmente, mucho, y esta es una constatación importante para decirla en este momento, una constatación que a fuerza de referirse a una verdad demasiado evidente pareciera no ser necesaria. Pero lo es. Asimilar el componente cultural foráneo con conciencia de los peligros de dominación, sin llegar a borrar los elementos genuinos, es lo que ha insuflado de fuerza el “si mismo” latinoamericano, una fuerza venida de la innegable presencia del indio, de la africanidad, del mestizo, coloreando la elaboración simbólica de la realidad de manera viva con su baile, con su danza, con su gastronomía, con su risa, con su gestualidad, con su tradición oral, con, en síntesis, las voces del inconsciente colectivo latinoamericano. Un inconsciente mestizo y al calificarlo de esta manera nos permitimos entrar en el concepto de universalidad del cual está impregnada la latinoamericanidad. Universalidad que dentro de la interpretación de José Vasconcelos, tiene su origen no en la imitación, sino sobretodo en el concepto de asimilación, descrito por el autor al referirse a la latinoamericanidad como “La Raza Cósmica”. Valdría citar al escritor cuando nos señala: “ En la América española ya no repetirá la naturaleza uno de sus ensayos parciales, ya no será la raza de un solo color, de rasgos particulares, la que esta vez salga de la olvidada Atlántida; no será la futura ni una quinta ni una sexta raza, destinada a prevalecer sobre sus antecesoras; lo que allí va a salir es la raza definitiva, la raza síntesis, raza integral, hecha con el genio y con la sangre de todos los pueblos y, por lo mismo más capaz de verdadera fraternidad y de visión realmente universal”. La posmodernidad como corriente nacida de la decepción de la razón, de la fragmentación, pareciera darnos la razón. Lo que nos hace intuir, sin pretenciones de teorizantes, que somos posmodernos avant la lettre. En esto pareciera darle la razón occidente a la persona de nuestra latinoamericanidad, corroborando la asimilación mestiza más no imitación por parte de eso que llamó José Vasconcelos La Raza Cósmica.
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